jueves, 28 de agosto de 2014









El médico cura, sólo la naturaleza sana.






JURAMENTO HIPÓCRATICO

ΟΡΚΟΣ




Por Apolo médico y Esculapio juro: por
Higias, Panacea y todos los dioses y diosas a quien
pongo por testigo de la observancia de este voto,
que me obligo a cumplir lo que ofrezco con todas
mis fuerzas y voluntad. Tributaré a mi maestro de
Medicina igual respeto que a los autores de mis días,
partiendo con ellos mi fortuna y socorriéndoles en
caso necesario; trataré a sus hijos como a mis
hermanos y, si quisieren aprender la ciencia, se la
enseñaré desinteresadamente y sin otro género de
recompensa. Instruiré con preceptos, lecciones
habladas y demás métodos de enseñanza a mis
hijos, a los de mis maestros y a los discípulos que
me sigan bajo el convenio y juramento que
determina la ley médica y a nadie más.
Fijaré el régimen de los enfermos del modo que 
les sea más provechoso según mis facultades y
mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia. No
me avendré a pretensiones que afecten a la
administración de venenos, ni persuadiré a persona
alguna con sugestiones de esta especie; me
abstendré igualmente de administrar a las mujeres
embarazadas pesarios abortivos. Mi vida la pasaré y
ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No
practicaré la talla dejando esa operación y otras a los
especialistas que se dedican a practicarla
ordinariamente.

Cuando entre en una casa, no llevaré otro
propósito que el bien y la salud de los enfermos,
cuidando mucho de no cometer intencionadamente
faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitando
principalmente la seducción de las mujeres jóvenes,
libres o esclavas. Guardaré reserva acerca de lo que
oiga o vea en la sociedad y no sea preciso que se
divulgue, sea o no del dominio de mi profesión,
considerando el ser discreto como un deber en
semejantes casos. Si observo con fidelidad mi
juramento, séame concedido gozar felizmente mi
vida y mi profesión, honrado siempre entre los
hombres: si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre
mí la suerte adversa.


SOBRE EL MÉDICO 

ΠΕΡΙ ΙΗΤΡΟΥ


1. La prestancia del medico reside en que tenga buen color y sea
robusto en su apariencia, de acuerdo con su complexión
natural. Pues la mayoría de la gente opina que quienes no
tienen su cuerpo en buenas condiciones no se cuidan bien de
los ajenos. En segundo lugar, que presente un aspecto aseado,
con un atuendo respetable, y perfumado con ungüentos de
buen aroma, que no ofrezcan un olor sospechoso en ningún
sentido. Porque todo esto resulta ser agradable a los
pacientes. En cuanto a su espíritu, el inteligente debe
observar estos consejos: no sólo el ser callado, sino, además,
muy ordenado en su vivir, pues eso tiene magníficos efectos
en su reputación, y que su carácter sea el de una persona de
bien, mostrándose serio y afectuoso con todos. Pues el ser
precipitado y efusivo suscita menosprecio, aunque pueda ser
muy útil. Que haga su examen con cierto aire de superioridad.
Pues esto, cuando se presenta en raras ocasiones ante unas
mismas personas, es apreciado. En cuanto a su porte,
muéstrese preocupado en su rostro, pero sin amargura.
Porque, de lo contrario, parecerá soberbio e inhumano; y el
que es propenso a la risa y demasiado alegre es considerado
grosero. Y esto debe evitarse al máximo. Sea justo en
cualquier trato, ya que la justicia le será de gran ayuda. Pues
las relaciones entre el médico y sus pacientes no son algo de
poca monta. Puesto que ellos mismos se ponen en las manos
de los médicos, y a cualquier hora frecuentan a mujeres,
muchachas jóvenes, y pasan junto a objetos de muchísimo
valor. Por lo tanto, han de conservar su control ante todo eso.
Así debe, pues, estar dispuesto el médico en alma y cuerpo.

2. En cuanto a los preceptos del oficio médico, mediante los que
es posible hacerse profesional, hay que ver conjuntamente,
desde un principio, aquellos por los que una persona podría
comenzar a aprender. Pues bien, hay que aprender, en
general, las cosas que se necesitan para las curas en el
dispensario del médico. En primer lugar, ha de ser un lugar
confortable, y lo será si no molesta el viento penetrando en él,
ni lastima el sol o la claridad. La luz resplandeciente resulta
inofensiva para los que curan, pero no lo es, sin embargo, para
los que vienen a curarse. Sobre todo hay que evitar en todo
momento el resplandor que llega a dañar los ojos y los
enferma. Esto es, en fin, lo que está aconsejado en cuanto a la
luz. Y, además, que de ningún modo se reciban los rayos del
sol de frente en la cara. Ya que eso fatiga la vista de los que la
tienen débil. Cualquier motivo es suficiente para perturbar los
ojos que están enfermos. De este modo hay que utilizar la luz.
Los asientos conviene que sean planos y de igual altura, lo
más posible, para que uno y otro estén a igual nivel. Que no
se emplee nada de bronce, a no ser los instrumentos. Pues
tener en uso otros objetos de este metal me parece un lujo
pretencioso y vulgar. A los enfermos hay que ofrecerles agua
potable y limpia. Para enjugarse hay que usar tejidos limpios y
blandos, paños para los ojos, y esponjas para las heridas. Eso
parece que ayuda bien por sí mismo. En cuanto a los
instrumentos, todos han de ser bien manejables, tanto por su
tamaño como por su peso y ligereza.

3. Es preciso vigilar, en conjunto, todo lo que se le aplica (al
enfermo) para que sea conveniente. Con máxima atención,
desde luego, si va a estar en contacto con la parte afectada.
Esto atañe a vendajes, medicamentos, paños alrededor de las
heridas y cataplasmas, ya que estas cosas van a estar
muchísimo tiempo junto a los lugares afectados por la
enfermedad. En cambio, los procesos subsiguientes: el
destapar los vendajes, el aireo y la cura, y las abluciones de
agua, son cosas de breve tiempo. Pero es preciso tener
examinado dónde convienen más y dónde menos. Porque el
uso de lo uno y lo otro tiene su momento oportuno y hay una
gran diferencia entre hacerlo y no hacerlo.

4. Un vendaje es propio de la medicina, si está hecho para
beneficiar al paciente. Y le resulta extraordinariamente
beneficioso en estos dos puntos, a los que hay que atender:
que apriete donde debe y que sujete flexiblemente. Y, según
las épocas de la estación, hay que observar cuándo conviene
recubrirlo y cuándo no, de forma que ni siquiera se le pase
inadvertido al enfermo si debe en unos lugares atender a lo
uno o a lo otro. Hay que descartar los vendajes elegantes y
teatrales que en nada benefician. Pues eso es un alarde vulgar
y por completo fanfarrón, que a menudo produce daño al
paciente. Y el enfermo no busca el adorno, sino lo
conveniente.

5. En cuanto a las operaciones, todas las que se hacen por
incisión o cauterización, se recomiendan por igual la rapidez y
la lentitud. Pues se da el uso de una y de otra. En los casos en
que la intervención requiere un solo corte, hay que hacer la
incisión rápida. Pues, ya que los intervenidos van a sufrir,
conviene que lo que les cause dolor se presente en el menor
tiempo posible. Y será así, si el corte se hace rápido. Pero
cuando es necesario hacer varios cortes, hay que emplear una
intervención lenta. Lo rápido, en efecto, hace el dolor
continuo e intenso, mientras que lo intermitente permite
algún respiro en su dolor a los pacientes.

6. Lo mismo puede decirse de los instrumentos. Recomendamos
utilizar cuchillas puntiagudas y cuchillas anchas, no de igual
forma para todos los casos. Pues hay algunas partes del
cuerpo que tienen en seguida un flujo de sangre, y no es fácil
contenerlo. Tales son las várices y algunos otros vasos
sanguíneos. En ellas los cortes han de ser finos. Pues, así, no
es posible que la hemorragia sea excesiva. Pero algunas veces
es conveniente hacer una extracción de sangre de estas
partes. En cambio, en los sitios donde no hay tal peligro y en
los que la sangre no es tan ligera, conviene usar cuchillas más
anchas. Y de tal modo podrá fluir la sangre, y jamás de otra
forma. Es muy bochornoso que de la intervención no resulte lo
que se pretende.

7. Decimos que hay dos tipos de ventosas. Cuando la fluxión está
formada lejos de la superficie de la carne, es preciso que su
círculo sea estrecho y ella misma ventruda, no muy alargada
en la parte de la mano, y no pesada. Porque, al ser así, suele
atraer en línea recta, y dejará bien absorbidos en la carne los
humores que están distanciados. Pero si la dolencia es mayor
y está extendida en la carne (la ventosa) ha de ser parecida en
lo demás, pero con un círculo grande. Así, pues, veréis que
atrae de muchas más partes lo que causa el dolor hacia el
terreno conveniente. Ya que, de no ser grande el círculo, no
va a contraer la carne de muy amplio espacio. Si es pesada,
entonces presiona los lugares de más arriba y conviene hacer
la extracción más de abajo, y muchas veces se dejan por
debajo las enfermedades. Con los flujos fijos y muy distantes
de la superficie, los círculos anchos absorben conjuntamente
mucho de la carne vecina. Entonces ocurre que se sobreañade
la humedad atraída de esa zona al líquido humoral que
confluye desde abajo, y que lo que causa las molestias se
queda abajo, mientras que se extrae lo que no causaba dolor.
Cuál es el tamaño útil de la ventosa hay que conjeturarlo
según las partes del cuerpo a que haya que aplicarla. Cuando
se escarifique, debe recoger los humores desde abajo. Pues la
sangre de los sitios intervenidos por la operación debe quedar
a la vista. Por lo demás, tampoco hay que sajar todo el círculo
al que se le haga la atracción de la ventosa, ya que la carne
del lugar enfermo es así más resistente. Y (hay que
escarificar) con cuchillos curvos no demasiado finos en su
extremo. Porque, algunas veces, los humores vienen viscosos
y espesos, y hay riesgos, en efecto, de que queden detenidos
en esas incisiones, cuando se hacen cortes finos.

8. Los ligamentos en las venas de los brazos hay que vigilarlos.
Pues la carne que los recubre no está, en muchos, bien
ajustada con la vena. Y como la carne es resbaladiza, puede
ocurrir que los dos bordes del corte no se junten entre sí.
Entonces sucede que la vena recubierta se hincha de aire, y
que queda impedido el fluir de la sangre, y en muchos se
forma por ese motivo el pus. Semejante intervención parece
producir dos daños: dolor al operado, y gran descrédito al
operador. Esto mismo es de precepto para todos los conductos
venosos.

9. En que lo que respecta a los instrumentos necesarios en el
dispensario médico y en los que debe ser entendido el que
aprende (la medicina), es eso. Pues de los instrumentos para
arrancar los dientes y para extirpar un tumor en la campanilla
está al alcance de cualquiera utilizarlos. El uso de éstos parece
ser sencillo.

10. En cuanto a los abscesos y las llagas, que son propios de
mayores dolencias, hay que convencerse de que lo más eficaz
es poder disolver los abscesos, e impedir la formación de los
mismos. Pero si se resisten, situarlos en un lugar visible con
máxima reducción y tratar de que la constitución de todo el
absceso sea compacta. Pues si resulta deforme, hay peligro de
que el absceso reviente y la herida sea difícil de curar. Se
consigue hacerlo compacto por medio de la maduración de
todo por igual, y antes de ésta no hay que abrirlo ni permitir
que reviente por sí solo. Los métodos para esta maduración
uniforme están expuestos en otras partes.

11. Las heridas parece que admiten cuatro direcciones. Una es
hacia el interior. Éstas son las que tienen forma de fístulas, y
las que están recubiertas por una cicatriz, pero vacías por
debajo. Otra es hacia arriba; son las que desarrollan
excrecencias sobre la carne. La tercera es en anchura, y éstas
son las que se llaman herpéticas. La cuarta dirección es la del
cierre, al cicatrizar. Éste es el único movimiento que parece
ser acorde con la naturaleza. Ésas son, en fin, las
perturbaciones de la carne. Todas tienen en común la
tendencia a cicatrizar. En otros lugares se han indicado los
síntomas de cada una de ellas y de qué modo ha de utilizarse
su tratamiento. Por qué medios se progresará en la
cicatrización, tanto de la que está abultada, como de la que se
quedó hueca, como en la que se ha extendido, de eso ya se ha
hablado convenientemente en otros lugares.

12. Acerca de las cataplasmas (diremos) lo siguiente: En la
aplicación de los paños, donde su uso parezca ser indicado
según la lesión, conviene que el paño aplicado se ajuste a la
herida, y se use de la sustancia medicamentosa para untarla
en torno al lugar de la llaga. Esta utilización de la cataplasma
es profesional y puede ser de muchísimo provecho. Pues se ha
mostrado que la potencia de las sustancias colocadas a su
alrededor socorren a la herida, y que el paño la protege. La
cataplasma beneficia la parte externa de la herida. Tal es,
pues, el uso que debe hacerse de ellas.
13. Acerca de los momentos oportunos, de cuándo hay que usar
cada uno de estos remedios, y de cómo hay que aprender las
propiedades de los descritos, tales puntos quedan dejados de
lado, puesto que eso está más avanzado en el estudio del arte
médico y es propio de quien ya ha progresado mucho en la
ciencia.

14. Relacionada con esto está también la cirugía que trata de las
heridas de guerra, respecto a la extracción de los dardos. En
tales prácticas, en la ciudad es breve la ocasión de ejercitarse.
Pues pocas veces, en toda una vida, ocurren estas peleas
entre los ciudadanos o contra asaltantes enemigos. Pero tales
encuentros ocurren, con frecuencia y de modo muy seguido,
en las expediciones mercenarias en tierras extrañas. Por lo
tanto, quien pretenda ejercer la cirugía debe alistarse en un
ejército mercenario y seguirlo en sus campañas. Así puede
hacerse experto en esa práctica Lo que parece ser más técnico
en este terreno, va a quedar expuesto. Porque saber atender a
las cicatrices de las armas que se han clavado en el cuerpo es
una parte importantísima del arte médico y de la cirugía de
ese campo. Con esta instrucción, un herido de guerra no
quedaría abandonado sin ser reconocido, aun cuando se le
haya intervenido en un modo inconveniente. De todo esto está 
escrito en otras obras..





Corta es la vida, el camino largo, la ocasión
fugaz, falaces las experiencias, el juicio difícil. No
basta, además, que el médico se muestre tal en
tiempo oportuno, sino que es menester que el
enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra.

HIPÓCRATES DE COS